El cambio climático afecta la salud física y mental de la población hondureña, exacerbando desigualdades y exigiendo respuestas urgentes desde el sistema de salud.
Salud, Agua, Infraestructura
Cuando hablamos de cambio climático, muchas veces pensamos en huracanes, sequías o aumento del nivel del mar. Pero hay un impacto silencioso, directo y cotidiano que suele quedar fuera del radar: la salud. En Honduras, los efectos del cambio climático ya se sienten en los hospitales, en los centros de salud y en los cuerpos de las personas más vulnerables.
Las olas de calor extremo, cada vez más frecuentes e intensas, afectan especialmente a adultos mayores, niños y personas con enfermedades crónicas. En zonas urbanas como San Pedro Sula o Tegucigalpa, el efecto isla de calor agrava aún más el problema, generando deshidratación, golpes de calor y aumento de enfermedades cardiovasculares.
Otro fenómeno creciente son las enfermedades transmitidas por vectores, como el dengue, el zika o el chikungunya. El aumento de las temperaturas y la alteración de los patrones de lluvia crean condiciones ideales para la proliferación del mosquito Aedes aegypti, ampliando su presencia incluso a zonas donde antes no era común.
Las inundaciones provocadas por lluvias intensas no solo destruyen viviendas e infraestructura, también contaminan el agua, provocando brotes de enfermedades diarreicas y problemas dermatológicos. En comunidades con acceso limitado a servicios básicos, los efectos son devastadores.
Pero no todo es físico. El cambio climático también impacta la salud mental. La incertidumbre ante la pérdida de cosechas, los desplazamientos forzados por eventos extremos y la destrucción de hogares generan estrés, ansiedad y síntomas depresivos. En muchos casos, sin acceso a atención psicológica adecuada.
El sistema de salud de Honduras no está aún completamente preparado para este nuevo escenario. Se necesita integrar el enfoque climático en la planificación sanitaria: desde mejorar los sistemas de vigilancia epidemiológica hasta diseñar infraestructura hospitalaria capaz de resistir eventos extremos.
La formación del personal de salud también es clave. Médicos, enfermeras y promotores comunitarios deben conocer los vínculos entre clima y salud, para poder detectar riesgos tempranos y brindar orientación preventiva.
Además, se requieren campañas públicas de información y herramientas educativas que lleguen a las comunidades en su idioma y contexto. Enseñar cómo prevenir picaduras, hidratarse adecuadamente o actuar ante síntomas tempranos puede salvar vidas.
En este contexto, la salud climática no puede abordarse de forma aislada. Debe articularse con otras políticas públicas: acceso al agua potable, viviendas dignas, alimentación saludable, protección ambiental y justicia social.
También es fundamental contar con datos. Monitorear los efectos del clima en la salud, identificar poblaciones en riesgo y evaluar intervenciones permitirá tomar decisiones basadas en evidencia y priorizar recursos de manera más justa.
El derecho a la salud incluye el derecho a un ambiente sano. Y cuidar la salud de las personas es también cuidar el clima. Hoy más que nunca, adaptar el sistema de salud al cambio climático es una inversión estratégica en vida, dignidad y futuro.